Aunque quizá con mala me quede un poco corta, pero pasemos a lo que ahora nos interesa.
El término serendipia procede del inglés Serendipity. Dicho término fue acuñado por primera vez como tal por el inglés Horace Walpole durante el siglo XVIII. Aunque en castellano no es todavía una palabra aceptada por la RAE, es usada comúnmente en muchos textos a raíz de la traducción de “Serendipia. Descubrimientos accidentales en Ciencia”, de Royston M. Roberts, publicado en 1989.
La historia del término se remonta a un cuento que sucede en un reino oriental llamado Serendip, lo que se cree que actualmente es Sri Lanka. En este reino vivían tres príncipes con una asombrosa capacidad. Cuenta la historia que estos tres personajes encontraban, sin buscarla, la respuesta a problemas que no se habían planteado; que, gracias a su capacidad de observación y a su sagacidad, descubrían incidentalmente la solución a dilemas impensados.
Esta historia se relata en el libro “Los tres príncipes de Serendip” de autor anónimo, que fue leído por escritor de novelas góticas Horace Walpole. Este hizo una traducción libre del nombre del país al inglés, popularizando el término.
Este concepto que elude a las casualidades imposibles, es muy usado en el campo científico, pues muchos descubrimientos de la ciencia responden a casualidades, cuestiones que el investigador no se había planteado. Como el principio de Arquímedes, que descubrió mientras se bañaba, o la manzana de Newton. Sin embargo hoy en día se aplica a todo tipo de casualidades imposibles.
Sin embargo ¿en que medida podemos achacar los descubrimientos científicos a la pura casualidad?
"En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada". Louis Pasteur.
Todo esto viene porque el otro día estaba escuchando un programa ya antiguo del genial Iker Jiménez (o como les gusta llamarle a algunos Friker Jiménez) en el que se hablaban de misterios de mar. Durante el programa se habló de la terrible coincidencia de un libro publicado 14 años antes del hundimiento del Titanic llamado Futilidad, que ya le gustaría haber escrito a Nostradamus:
A mediados de 1898 mucho antes de que se pensara construir al Titanic el novelista Morgan Robertson tuvo una vívida pesadilla durante la cual, cierto trasatlántico a prueba de naufragios se hundía en su viaje inaugural, tras chocar con un Iceberg. Tan impresionado quedó Robertson con su sueño, que decidió escribir una novela con ese tema a la que titularía: “Futilidad”. En la trama aquel trasatlántico al cual llamó: “Titan” y a cuyo capitán dio el nombre de: Smith, chocaría en su cuarto día de travesía contra una mole de hielo, hundiéndose. Ya publicada la novela, aquel mismo año 1898, Robertson vendió los derechos por la irrisoria suma de 100 dólares.
El libro narraba la historia del hundimiento de un enorme trasatlántico. La similitud con un hecho que conmocionó al mundo y hasta hoy tiene vigencia, es sorprendente. Se trata del desastre del Titanic, hecho ocurrido en 1912 (14 años después de la publicación de la novela de Robertson).
Estas son algunas coincidencias con el suceso real:
El barco de la novela se hunde, luego de chocar con un iceberg (al igual que el Titanic).
En la novela, era el viaje inaugural de la enorme nave.
En la novela, se describe al barco como insumergible.
El barco de Morgan era el más lujoso de su tiempo.
La nave de la novela naufragaba en el mes de abril (igual que el Titanic).
El número de pasajeros del barco de Robertson era de 3.000 y contaba con apenas 24 botes. En la realidad, el Titanic tenía 2.207 personas a bordo y solamente 20 botes salvavidas, una cantidad insuficiente para la cantidad de pasajeros, tanto en la novela como en la realidad.
El barco de la novela era descrito con un tonelaje de 75.000; mientras que el Titanic tenía 66.000.
La eslora del barco de la novela era de 243 metros; algo inferior a la real del Titanic que era de 268 metros (solo 25 metros de diferencia).
Ambos tenían igual cantidad de hélices: tres en ambos casos.
Cuando en la novela el gran barco choca, iba a una velocidad de 25 nudos. Por su parte, cuando el Titanic choca con el iceberg iba raudamente a 23 nudos de velocidad (apenas dos menos que lo imaginado por Robertson, catorce años antes).
Realmente muchas coincidencias ... pero por si queda alguna duda, digamos que la novela de Morgan Robertson se llamaba “Futilidad”; pero el subtítulo de la obra era "El naufragio del Titán".
Sí, el barco de la novela que se hundía un día de abril, en su viaje inaugural, después de chocar con un iceberg y que se convertía en tragedia porque los botes eran insuficientes para todos los pasajeros fue llamado por su autor “Titán”.
LA historia esta llena de casualidades imposibles...
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